sábado, 7 de noviembre de 2009

Alejandro tenía 15 años cuando terminó el colegio. Le dijeron entonces que debía ingresar a una universidad. Detestaba que le dijeran qué hacer, y por esa razón al principio se negó, pero la idea no le molestaba tanto como pretendía hacer creer y terminó asintiendo por comodidad.


Era muy joven, se sentía lleno de fuerza, energía, ímpetu. Le hubiera gustado hacer algo que realmente deseara, pero no había tal cosa, no deseaba nada con tanta intensidad, así que se conformó.
Tuvo que tomar clases como preparación para dar el examen de ingreso. Eso le molestó también. Llegaba tarde recurrentemente y no entraba a las clases. Se dedicó a conocer gente, a los que como él tomaban las mismas clases, pero muy pronto al conocerlos se dio cuenta de lo diferente que era de ellos. No tenía mucho de qué hablarles, por eso se dedicó a sonreirles y cuando no lo veían los miraba con tristeza . Se aburrió.
Camino a su casa había observado todos los días con interés el edificio de la Biblioteca Nacional. Tenía una curiosidad muy grande. Nunca había entrado a una biblioteca, había leído varios libros ya, pero nunca había asistido a una biblioteca, pues no le gustaba la idea de leer rodeado de gente ya que con sus lecturas se emocionaba mucho y no contenía la risa, ni el llanto, ni el miedo, ése era Alejandro y de seguro por eso se había ganado que su familia pensara en él como un muchachito muy extraño.
Felizmente un día, harto de que no le compraran los libros que quería (no tenía recuerdo de que en su casa hubieran comprado un libro en sus 15 años de existencia) y harto de tener que tomar clases con gente que le parecía tonta, decidió entrar al edificio gris muerto de curiosidad. Era la Biblioteca Nacional así que debía encontrar muchos libros, los mejores. Entró, se registró y se enteró de cómo buscar en el catálogo. Sabía perfectamente el autor que leería aquel día, William Blake.
Bajó hacia la sala de lectura de arte y literatura. Y encontró Antología bilingüe de William Blake.
Se quedó toda la tarde en esa sala que tenía mesas y sillas de madera barnizadas, rodeado de estantes llenos de libros, con un reloj redondo en la pared del fondo.
Fue asiduo lector de esa biblioteca desde entonces, leyó mucha literatura y libros de arte, también de psicología e historia y textos que encontraba sin querer de pronto y leía con despreocupación. Pasó muchas horas ahí, leyendo y percibiendo susurrante el sonido de los carros que recorrían la avenida más atestada de la ciudad que se abría paso delante de la biblioteca.
Fue un corto periodo, pero el más feliz. Ingresó a la universidad y lo mandaron a leer tanto y como él destesta que le digan qué hacer siempre pone cara de disgusto cuando abre un texto, en realidad no le disgusta tanto y asiente y lee pero él ya ha degenarado y siempre pone esa cara.
No volvió más a la Biblioteca Nacional, sobre todo después de que cambiaron de sede, ahora la llevaron a una zona más 'decente', ya no está frente a la avenida más contaminada de la ciudad. Alejandro apuesta a que ya no están las mismas mesas y sillas de madera que tanto le gustaban. También cree que ahora será más difícil que algún muchacho de esos que viven en casas donde la gente nunca compra libros porque están muy caros y no saben de Amazonas, y donde piensan que estudiar no te lleva a nada 'hijito tienes que trabajar porque falta dinero para comer', pues no tendrá la facilidad de encontrar el placer que él obtuvo una tarde sencilla al entrar al edificio gris.
Igual nada es tan malo Alejandro. Quedó, en el antiguo edificio, la Biblioteca Pública de Lima con menos textos y un poquito abandonada, pero esperemos pronto mejore.
Encontré este texto de Charles Bukowski que de seguro conoces, felizmente tu biblioteca no se quemó como la de él, Alejandro.

EL INCENDIO DE UN SUEÑO

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
ha sido destruida por las llamas.
Aquella biblioteca del centro.
Con ella se fue
gran parte de mí juventud.

Estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me preguntó:
"¿vas a alistarte en
la brigada Abraham Lincoln?"

"Claro", contesté
yo.

Pero, al darme cuenta de que yo no era un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión más tarde.

Yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina y geología.

Muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.
Tenía mas problemas con
Hegel y con Kant.
Lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/ o interesante.
Yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

Descubrí dos cosas:
a) que la mayoría de los editores creía
que todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

Entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.

Vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de
una especie de
Thomas
Wolfe.

Mi principal problema eran
los sellos, los sobres, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
Todavía no me había
atrapado lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y 5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
Había leido que Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los
relatos.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
Discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.

Bueno, yo no era realmente un
vagabundo. Yo tenía tarjeta de la biblioteca y
sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el
límite de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence, e.e. cummings, Conrad Aiken,
Fiódor Dos, Dos Passos, Turguénev, Gorki,
H.D. Freddie Nietzche,
Shopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway, etc.

Siempre esperaba que la bibliotecaria me dijera:
"que buen gusto tiene usted,
joven."
Pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.

Pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoría en
treinta o
incluso en ciento.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.

También solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos
si no el cerebro.

Maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Ángeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
arroyos demasiado anchos para saltarlos
lejos del mundanal ruido
contrapunto
el corazón es un cazador solitario.

James Thurber
John Fante
Rabelais
De Maupassant

Algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstói, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald

Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate

Pero tales juicios provenían mas
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que
de su razón.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.

Y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había

le dije a mi
mujer: "yo solía pasar
horas y horas
allí …"

EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER
NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.
Bukowski.

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