jueves, 18 de marzo de 2010

Despierta. Desde su cama observa los rayos de sol que están allá afuera. Duerme. Mientras, ellos entran por la ventana, avanzan y llegan al borde de la cama. Abre los ojos. Los ve. Entonces se encoge; intenta que no la rocen. Duerme. Pasan las horas. Abre los ojos de nuevo y siente toda la luz en su cara.
Se levanta. Se baña. Come algo. Se sienta en el piso (le gusta porque es frío).
Lee un libro y entonces tiene sueño de nuevo. Intenta retomar la atención. El sueño se apodera de ella. Mientras más lucha más sueño tiene. Viene el dolor de cabeza, fuerte. Debe recostarse.
Se levanta a duras penas. Llega a la cama. Se acuesta. Duerme. Es un sueño intranquilo. No sueña con él, piensa en él mientras duerme. Es extraño.
Debe poner una cortina en aquella ventana.
A pesar del sol duerme. Con el sol de la tarde duerme mejor. El sol se va y ella despierta por segunda vez.
Beberá té.
Intentará ver televisión.
Luego, no pasadas muchas horas, volverá a dormir.
Pocos momentos lúcidos.
Hipersomnia.
Así pasa los días.
Quiere que le manden toda suerte de remedios para el sueño desmedido, como a ese Papa cuando le dio hipo.

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